- Capítulo 6 - Páginas 55/56
Apoyado de codos en la baranda, él la observaba desde el piso de arriba, a su izquierda. A la vista estaba el cuello de la camisa abierto, los aros dorados en las orejas y los anillos (...) Y los ojos... Katsa jamás había visto unos ojos así. Uno era plateado y el otro dorado. Desiguales y extraños, relucían en el atezado rostro. Le sorprendió que no le hubieran brillado en la oscuridad de la noche de su primer encuentro, no parecían humanos. Y se sintió incapaz de apartar la vista de ellos.
(...) Cuando el mayordomo se marchó, el hombre, cuyos ojos eran como relámpagos, se giró con rapidez para mirar de nuevo a Katsa, y se apoyó en la barandilla otra vez.
Katsa se daba cuenta de que estaba en el centro del patio, prendida de la mirada de ese lenita, y que debería marcharse, pero le era imposible. Entonces él enarcó un poco las cejas y los labios esbozaron un atisbo de sonrisa. Le hizo una inclinación de cabeza, mínima, y la liberó de su hechizo.
Ese hombre era un engreído. Engreído y arrogante; eso era todo lo que podía pensar de él. Fuera cual fuese el jueguecito que se traía entre manos, si esperaba que lo secundara iba a llevarse un buen chasco. Apartó los ojos del lenita, se colocó mejor las alforjas en el hombro y se encaminó hacia el castillo, consciente en todo momento del contacto abrasador de aquellos ojos en su espalda.
- Capítulo 13 - Página 120
Katsa utilizó de nuevo los cubiertos, cortó un trozo de carne de carnero y recapacitó sobre lo que había dicho Oll. Ella conocía bien su propia naturaleza. La reconocería si se encontraran cara a cara: un monstruo con un ojo azul y otro verde, una bestia feroz, lobuna, que gruñiría amenazadoramente y acometería incluso contra amigos empujada por una furia incontrolable, una asesina que actuaría como canal conductor de la ira del rey.
Por otro lado era un monstruo extraño porque, bajo la capa de crueldad que lo cubría, se asustaba y se horrorizaba ante su propia violencia. Asimismo, se castigaba por su salvajismo y, a veces, no tenía valor para aplicar dicha violencia y se rebelaba de plano contra ella.
Un monstruo, en definitiva, que de vez en cuando se negaba a comportarse como tal. Y cuando una bestia dejaba de actuar como lo que era, ¿dejaba de serlo? ¿Acaso se convertiría en otra criatura? Quizá no sabría reconocer su propia naturaleza, después de todo.
- Capítulo 20 - Página 206
- Te he manchado la boca de sangre – comentó él en tono guasón que dejaba claro lo poco que le importaba la mano herida.
Alzó un dedo y casi le tocó el labio, pero lo retiró como si se hubiera dado cuenta de que iba a hacer algo que no debía. Y entonces Katsa se dio cuenta de lo cerca que lo tenía, notó su mano en la muñeca, calienta al roce de sus dedos. Estaba allí, allí mismo, respirando a un palmo de ella, y ella lo tocaba y percibió el peligro del mismo modo que si le hubieran echado agua fría a la cara. Sabía que había llegado el momento de elegir. Y sabía cual sería su elección.
Po la miró de nuevo y Katsa le descubrió en las pupilas que se había enterado de lo que ella estaba pensando. Se echó a sus brazos y se quedaron así, abrazados, mientras ella lloraba tanto de alivio, por estar estrechándolo contra sí, como de miedo por lo que había hecho. Po la meció en su regazo y la abrazó más fuerte y susurró su nombre una y otra y otra vez, hasta que por fin las lágrima cesaron de manar.
Se limpió la cara en la camisa de él y le echó los brazos al cuello. Se sentía abrigada en sus brazos, y tranquila, y segura, y valiente. Y entonces rompió a reír por lo bien que se sentía, lo bien que encajaba su cuerpo contra el de él. Po le sonrió, fue una sonrisa pícara, radiante, que le transmitió calor a todo el cuerpo. Y entonces los labios de Po le rozaron el cuello y se lo llenaron de besos. Ella jadeó. Su boca se encontró con la de ella y Katsa estalló en una llamarada.
Alaaaaaaaaaaaaa que momentos si tenía alguna duda sobre si leérmelos ya me la has aclarado muy bonito gracias ciaooo
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