1/11/12

Frases 16. Los cien mil reinos (2)


Durante medio instante, algo cambió dentro de mí. Miré a Nahadoth y no lo vi como la poderosa, impredecible y letal entidad que era.
Lo deseé. Deseé seducirlo. Controlarlo. Me vi desnuda sobre hierba verde, con los brazos y las piernas alrededor de Nahadoth mientras él se estremecía sobre mí, atrapado e impotente en los placeres de mi carne. Mío. Me vi acariciar su cabello, negro como la medianoche, y levantar la mirada hacia mis propios ojos y sonreír de condescendiente y posesiva satisfacción.
Rechacé la imagen y la sensación casi tan pronto como aparecieron en mi mente. Pero era otra advertencia.


- Cuántos secretos te rodean… - murmuró el Señor de la noche. – Cuántas mentiras, igual que velos… ¿Quieres que te despoje de ellas? – Su mano me tocó la cadera. Sin querer, di un respingo. Su nariz acarició la mía y su aliento me rozó los labios. – Me deseas.
De no haber estado temblando, habría empezado a hacerlo en aquel momento.
- N-no.
- Cuantas mentiras… - Con la última palabra, su lengua asomó entre sus labios y acarició los míos.

Fue como si cada músculo de mi cuerpo se pusiera en tensión. Incapaz de controlarme, se me escapó un sollozo. Volví a verme sobre la hierba verde, debajo de él, atrapada por él. Me vi en una cama, la misma cama en la que me sentaba en aquel momento. Vi como me poseía en la cama de mi madre, con rostro salvaje y movimientos violentos, y me di cuenta de que ni lo poseía ni lo controlaba. ¿Cómo había llegado a imaginar que podía hacerlo alguna vez? Él me utilizaba mientras yo, impotente, lloraba de dolor y deseo. Era suya y él me devoraba, se daba un banquete con mi cordura, la hacía mil pedazos sangrantes y los engullía uno a uno. Me destruiría y disfrutaría inmensamente de ello desde el primer segundo hasta el último.

- Oh, dioses… - susurré sin reparar en lo irónico de mi juramento. Alargué los brazos y enterré las manos en su aura negra para apartarlo de mí. Sentí en frío aire de la noche y creí que mis manos seguirían avanzando sin encontrar nada. Pero entonces toparon con carne sólida, un cuerpo cálido, ropa… Me aferré a esta última para no olvidar la realidad y el peligro. Casi no pude resistir la tentación de atraerlo hacia mí. – No lo hagas, por favor. Por favor, oh, dioses, por favor, no lo hagas.
Seguía pegado a mí, amenazante. Su boca aún rozaba la mía, noté que sonreía.
- ¿Es una orden?
Estaba temblando de miedo, de deseo y de esfuerzo. Esto último dio finalmente sus frutos y logré apartar mi rostro del suyo. Su fresco aliento me acarició el cuello y sentí que descendía por todo mi cuerpo, como la más íntima de las caricias. Nunca había deseado tanto a un hombre, nunca, en toda mi vida. Y nunca había tenido tanto miedo.
- Por favor – volví a decir.
Me besó muy suavemente en el cuello. Traté de no gemir, pero fracasé miserablemente. Lo deseaba tanto que me dolía. Pero entonces suspiró, se levantó y se acercó a la ventana. Los zarcillos negros de su poder permanecieron sobre mí un instante más. Había estado casi sepultada en su oscuridad. Pero cuando se alejó, los zarcillos me soltaron – a regañadientes, se diría – y volvieron a posarse en la permanente quietud de su aura.

1 comentario:

  1. Wow.. esto solo hace que quiera leer mas ^^ Me encanta.

    un besin

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