15/9/12

Frases 14. Los cien mil reinos (1)


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Hay una historia del Señor de la Noche que sí permiten los sacerdotes.

Hace mucho tiempo, antes de la guerra entre los dioses, el Señor de la Noche bajó a la tierra en busca de solaz. Encontró una dama en una torre, la mujer de un gobernante, encerrada y sola. No le costó mucho seducirla. Tiempo después, la mujer dio luz a un hijo. No era de su esposo. No era humano. Era el primero de los demonios y después de que naciera, y otros como él, los dioses se dieron cuenta de que habían cometido un terrible error. Así que dieron caza a su propia progenie y acabaron hasta con el más pequeño de ellos. La mujer, a la que su marido había echado de casa y se había quedado sin su hijo, murió congelada y sola en un bosque nevado.

Mi abuela me contó una versión distinta del cuento. Tras la muerte del niño-demonio, el Señor de la Noche volvió a buscar a la mujer y le suplicó que lo perdonara por lo que había hecho. Para expiar sus culpas levantó una nueva torre, le entregó grandes riquezas que le permitieron vivir cómodamente y fue a visitarla de vez en cuando para asegurarse de que estaba bien. Pero ella nunca lo perdonó y al final acabó quitándose la vida de pura tristeza.

La lección de los sacerdotes: cuidado con el Señor de la Noche, pues su placer es la ruina de los mortales. La lección de mi abuela: cuidado con el amor, sobre todo el del hombre equivocado.

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Aquí me viene a la cabeza otro relato de mi infancia.

Se dice que el Señor de la Noche no puede llorar. Nadie sabe la razón de esto, pero entre los muchos dones que las fuerzas del Maelstrom concedieron al más oscuro de sus hijos no se encontraba la capacidad de llorar.
Itempas el Brillante sí puede hacerlo. Dice la leyenda que sus lágrimas son la lluvia que a veces cae cuando el sol todavía está en el cielo (aunque yo nunca lo he creído, porque eso significaría que Itempas llora con bastante frecuencia).
Enefa de la Tierra sí podía llorar. Sus lágrimas adoptaban la forma de esa lluvia amarilla y ardiente que caer sobre el mundo tras la erupción de un volcán. Esta lluvia aún sigue cayendo, mata las cosechas y envenena el agua. Pero ya no significa nada.
Nahadoth, Señor de la Noche, fue el primogénito de los Tres. Antes de que aparecieran los demás, pasó incontables eones totalmente solo en la creación. Puede que esto explique su incapacidad. Puede que, en medio de tanta soledad, las lágrimas se convirtieran en algo inútil.


Durante medio instante, algo cambió dentro de mí. Miré a Nahadoth y no lo vi como la poderosa, impredecible y letal entidad que era.
Lo deseé. Deseé seducirlo. Controlarlo. Me vi desnuda sobre hierba verde, con los brazos y las piernas alrededor de Nahadoth mientras él se estremecía sobre mí, atrapado e impotente en los placeres de mi carne. Mío. Me vi acariciar su cabello, negro como la medianoche, y levantar la mirada hacia mis propios ojos y sonreir de condescendiente y posesiva satisfacción.
Rechacé la imagen y la sensación casi tan pronto como aparecieron en mi mente. Pero era otra advertencia.


3 comentarios:

  1. Yo haria lo mismo, pedazo de especimen Xd, esta muy bein escrito y es chulisimo, me ha gustado mucho en serio.

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  2. No he leído los fragmentos que has escogido porque ahora mismo lo estoy leyendo y no quiero saber nada porque me está encantando... ^^

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  3. Qué magnífico libro. Me fascinó este personaje y toda la historia. A ver si sigo leyendo.
    Besotes reinantes.

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